Capítulo I: El Estado y el mito El Estado no es un dios, pero se construyó como si lo fuera. Una forma vacía que exige devoción, sin alma, sin cuerpo, sin tierra. No nació del pueblo, sino de su miedo, de una promesa abstracta firmada con tinta y plomo. El mito lo sostiene: la bandera, el himno, la ley sin ley. Se arropa en libertad pero guarda bajo el brazo el contrato de la exclusión. No representa, absorbe. No protege, condiciona. El ciudadano es una sombra frente al neón del mercado y la mirada de los drones. El Estado es hoy una escenografía, un teatro de poder donde se aplaude la violencia legal y se silencia al que piensa. Pero el mito se resquebraja cuando la juventud despierta. Cuando deja de obedecer por inercia y empieza a preguntar por su destino.

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